jueves, 22 de julio de 2021

Enfant de l'insomnie

 

Hace tiempo que no duermo, presa de un insomnio interminable, manteniendo en la vigilia el sueño de un mundo que muchos toman por inalcanzable.

Más que un sueño tengo una meta, una promesa, un camino al que me ofrezco como tributo. Una vida que insufle un poco de alma en las pesadillas diarias del resto. Una promesa.

No tengo prisa pero sí espacio, quizá llegue tarde pero siempre llego. Quizá luche poco pero es constante. Quizá nunca gane pero jamás he perdido. Y es una promesa. Un cruzar los meñiques insistente, constante, con toda la fuerza del mundo en cada engranaje que me hace sostener ese pequeño dedo contra el abismo. Siempre es una lucha contra el abismo. Si a veces no sabes dónde caes porque no sueltas. Si a veces no sabes cómo volar porque no sueltas. Pero hay cosas a las que aferrarse como si fueran la vida. Porque lo son. A las ideas hay que aferrarse como si fueran la vida, porque lo son. No sólo la tuya si no la del resto. No sólo la de quienes amas, si no la del resto.

Jugar esta partida es aprender a perder el juego, a subir niveles sin alzar la victoria. Empujar el sol por la cornisa para que sea mañana en cualquier otro lugar, para cualquier otra persona; cualquier otro mundo.

Hace tiempo que muchos pasaron la delgada línea roja, que tiraron el fusil porque la esperanza ya no era suficiente como balas. Porque las balas nunca sirvieron para matar fantasmas. A sus fantasmas, endemoniados, y más vivos que algunos de cuerpo presente, que nunca están, que no atienden a lo que quieren, y mucho menos lo que necesitan. Los que sólo trabajan porque es todo lo que nos queda.

Y ojalá entendáis que no. Que nunca será sólo eso, y que nunca seremos sólo nosotros. Que yo soy todos porque es a lo que aspiro. A ser la tierra que pisarán mañana, a ser los cimientos de algo mejor. Quiero que un día vean las flores y me recuerden, porque yo, que soy todos, y todos, que son yo, luchamos para que nacieran, para que la vida no fuera seguir esperando otra primavera, y pudiesen ver cada día los colores. Quiero que me planten claveles en el pecho porque sé que aquí dentro hay tierra firme, porque hay luces que me han llevado hasta ella. Quiero que un día sepan que Todo sólo nos pertenece si lo compartimos, si lo amamos en común. Si lo sembramos con las manos.

Sé que hay muchos para los que la esperanza ya no es suficiente, y ojalá sepan que siempre queda amor en cada esquina, que es lo único que nos salva. Quizá nunca podremos dejar de amar la vida, porque nunca podremos hacerla esclava, aunque a nosotros nos pongan grilletes o nos disparen balas. Hay algo más que nos llama.

Llevo demasiadas noches de insomnio, en velas, quemando conjuros y haciendo hogueras, pero sigo soñando a oscuras, sonando a eco entre las cuevas, empujando el sol entre las montañas.

Y si este es el precio que hay que pagar para que amanezca:

Ojalá

no me duerma nunca.


viernes, 18 de junio de 2021

 Creo que somos dos caras de la misma moneda, cada uno sumergido en su propia odisea incomprendida, incomprensible para los ajenos a esta forma de sentir la vida, de tener por rumbo una brújula rota y no importar si avanzamos de espaldas.


Creo que nunca quise la fama, sólo el cariño. Que sólo fui el niño negado al que prometieron un futuro brillante en un mundo que sólo auguraba apagones. Pero encontré en la esperanza mi faro.


Creo que sólo sabemos ir a la deriva, pero construimos en nuestras verdades algo de tierra firme, y de ahí nacen las raíces de lo que un día serán los frutos entre todo el matorral de malas hierbas que a veces intentan colarse en tus jardines. Pero quiénes somos para odiarnos.


Creo que somos un par de cuerdas volando entre este revoltijo, intentando hacer un nudo que no sea corredizo, que aguante las caídas durante la escalada, construir y subir con la seguridad en las manos.


Si alguna vez nos apartan que volvamos, aunque tarde diez años en volver como a Íthaca, eres el hogar que siempre he buscado. Nos acercamos o nos alejamos siguiendo nuestra propia órbita rotativa, pero quién podría escapar de tu gravedad y magnetismo. Siempre como dos cometas, caída libre y sin frenos, la mejor manera de aprender a volar. Siempre entre dos planetas, como Marte o Venus, aprendiendo a hacer la guerra con el arte de amar. Porque es nuestra manera de enfrentarnos al mundo, a golpe de empatía, de tender la mano para escalar los muros, de hacer la piedra cuando todo sea cenizas. Nada me ha enseñado a amar tanto como tu ausencia (que siempre estás, aunque mi cabeza en ocasiones te sienta lejos). La paciencia que lleva implícita tu estancia, el descubrimiento de que se puede vivir deprisa mientras caminas lento. Y ojalá todos entendieran tu pausa. Ojalá no estuvieran condenados al intento de entenderte, porque quizá así alguien más entendería lo que siento.


Nunca podremos estar tan lejos como para olvidarnos, como para dejar de querernos. Creo que nunca podremos dejar de ser algo indefinido entre todo lo incierto, entre este barullo de seguridades que piden certeza y acierto, todo veraz y conciso, pero nuestra sinceridad está por encima de eso. Porque me encantan tus inquietudes y tus desconciertos, tus dudas y tu forma de no ser nunca eso ni aquello, esto ni lo otro. Definida por naturaleza entre lo voluble y lo mutable. Tan volátil como el tiempo en las tardes que paso contigo. Pero siempre inevitables ante la duda.


Creo que tengo un destino contigo aunque me pase la vida buscando una respuesta. Ahora creo más en lo colectivo porque he aprendido a compartir contigo más allá de la protesta. Y me propongo, como niño perdido, recuperar la costumbre de llevar tierra en los pies sin asentar nunca la cabeza.


Me he descubierto entre el hilo perdido de una camisa, hasta deshacer todas las mantas, hasta enredar todas las cuerdas. Y cada camino que sigo, siguiendo mis pies, campo a través, pisando el matojo o rozando las manos, nadando en el río o perdiendo la ruta en el mar; siempre llevas algo conmigo, siempre me haces llegar hasta ti.


lunes, 4 de enero de 2021

Crear y las creencias.

No creo en los hogares estáticos, ni en las casas de revista. No creo en la estabilidad de establecerse. De no salir nunca de los límites, de no aprender a saltar la valla, a romper el muro. A cruzar el mar.

No creo que lo establecido sea lo correcto, ni que lo correcto esté siempre bien. No creo que lo correcto sea siempre lo real.

No creo en las despedidas ni en los finales felices, pero sí en las bienvenidas y los buenos comienzos tanto como en los malos. No creo en las reglas ni en una necesidad estructurada. No creo que las necesidades, más allá de lo vital, valgan la pena. No creo que necesites aquello que te impongan. No creo que una necesidad no sea tan sólo momentánea, viva, instintiva, salvaje. El deseo de nacer en un instante y morir en el siguiente. De tener sólo el ahora porque es lo único que nos vale. Pero parece que si no es ahora, no vale nunca. Pero que no sea ahora, no quiere decir que nunca sea. Que todo llega, lo aprendí con las prisas.

Hice pausa y me derroté, a mi yo gigante, invencible y vulnerable. A mi yo presente, que sólo sabía vivir en rebobinado. Aprendería a leer del revés si no fuera por ti, que siempre has sido futuro. Siempre has sido ahora, y la espera de mañana. Siempre has sido, aunque aún no fuiste. Aunque espero que siempre seas.

He derrotado a muchos dioses, he desbancado emperatrices y dije “No” a todas las leyes escritas en piedra, que no es más que arena dura. Que no dura más que el polvo. Que ensucia más que un trapo viejo. Lo hice por hacerme a mí, por ser capaz de estar conmigo, y saber tener así un asiento a tu lado. No creo en los ardides de los amigos que claman derrota antes de lanzarse a la batalla. No creo en mí ni cuando pienso que no puedo, que fallo; por eso siempre lo intento. Porque sólo creo en algo más que mi paciencia, que mi fuerza o mi aguante. Creo en el calor de las certezas de mi pecho, que has encendido con la hoguera de tu llama, y ha secado todos mis mares de dudas.

Creo en la gracia de lo incierto, en lo divertido de tomar un camino sin señales, atravesar montañas, charcos y barruzales, como la nieve escondiendo la ruta. Y llegar hasta el mar o hasta un precipicio, y saltar por si de casualidad me salen alas. Por si el universo quiere que lo haga aún más mío. Y en esto veo la belleza de la calma, deshacer el estrés con la entereza de saber que para todo hay soluciones, aunque no todas nos sean dadas. Por eso creo, y creo con firmeza que lo hago, de la forma más pura, con la ilusión de un niño que no ha rozado el mundo, y con la paciencia de un viejo a quien ya le ha derribado. Creo ante todo que no hay muro que por delante se me ponga al que no le encuentre una salida. Creo, ante todo, que encontraría tu luz distinguida entre los días más brillantes. Creo que, aún ciego, sabría leer tu mirada. Y por eso creo que no hay prisa para llegar a encontrar la calma.

Creo mis verdades aunque a veces me falle la fe, aunque a veces me mate la sed, aún si de seda son los puñales. Creo con mis manos todo lo que sale de mi pecho. Creo un corazón a mi medida, para que quepas tú, pero no los miedos. Creo un espacio para nuestras luces cada vez que me doy de bruces con la riqueza de las sombras, con los contrastes en las avenidas, con la pureza de sentir con los ojos cerrados. Creo mis creencias y las baso en mis dudas, que siempre son el mejor puerto de cualquier viaje. Pero creo que nunca podré crear algo que nos haga justicia, que justifique todas mis creencias, que las explique para tontos, para los que no saben despegar los pies de la tierra, para los que no quieren perderse en mis arenas movedizas. Te haré de guía si me crees sincero, si te atreves a entender el mundo que me he creado. Si te apetece saber en qué creo. Porque yo no creo nada si no lo vivo, si no lo siento primero. Mi imaginación va ligada a un vacío, y sólo cambia de forma lo que se me pone por delante.

Quizá por eso ya no creo en nada.

Quizá por eso sólo creo en ti.

Pero no te miento si te digo que me sobra fe en las luces. Que se me desborda el mar del pecho. Que he encontrado todos los colores

Y ninguno tiene tu tono

A nadie le brillan tanto los ojos

Si no mira de cerca el sol en el cielo.

 

 

La fe


para los mitos y los milagros, 


que yo sólo puedo crear


Cuando nadie 


cree en mí.


lunes, 29 de junio de 2020

Vidas Ajenas

Como una tarde cualquiera, libro y carretera, abro el paso besando suavemente el asfalto con mis pies. Vadeo la tarde entre horas extrañas, en esos momentos en los que el sol ni sale, ni se quiere esconder. Respirando el peculiar aroma estival, que trae sonrisas hasta mi nariz. Entre la brisa se dibuja el sonido de los arbustos y su follaje, los árboles divinos que rinden homenaje a una tierra que no recuerda a qué saben sus frutos. Y me pierdo entre pendientes capitales, que cruzan la línea llana entre mi visión de vida y la del resto, arrastrando hacia sus cimas intocables los pensamientos y problemas de una rutina que jamás llegarán a conocer. Entonces entro, sumergido en las parcelas cuadradas y rectangulares, en un estado de melancolía perecedera, con fecha de caducidad al final del barrio.

Los ladrillos y las piedras que sustentan las vidas despreocupadas, ajenas al tráfico atragantado de la economía sumergida, me permiten ver a tientas  sus pequeños paraísos reducidos, mientras escucho, atento, risas de tonos que no caben en mi escala de grises. Su verde es más brillante que en cualquier pantalla, los niños parecen sacados de cuentos sobre la infancia, y rechinan con gracia las cadenas de sus columpios, las cuerdas de sus hamacas, los componentes de sus juguetes. Embelesado por una estampa peliculera, mi cabeza me lleva a destinos sin rumbo fijo, imaginando en cada acera todos los momentos que yo habría vivido.

Recreo con detalle juegos de infancia y adolescencia entre los jardines coloridos y recargados de la moderna casa a mi derecha. En el opuesto, cuentan viejas historias los amigos, repatingados en cómodos asientos alrededor de una barbacoa y unas cervezas. De frente, dibuja mi mente con sigilo, las noches estrelladas que vivimos en aquel ático descubierto, adivinando con acierto su decoración al detalle si hubiese sido aquella tu casa natal.

Y al final de la calle re-descubro mi papel imaginario en todas las vidas ajenas, las ilusiones y ojalás que colgamos en el aire, como si soplásemos flores o pidiéramos deseos en hogueras. Nos incluimos en sus cuentos por si tuviéramos derecho a ser como ellos algún día. Pero lejos de todas sus verdades, encuentro bajo los cerros mis antiguas calles, recordando el valor de las raíces, removiendo con pensamientos las tempestades. La calima del tiempo nos avisa sobre la brevedad de nuestra estancia, y yo, reducido a mi esencia, salgo de la calle

Decidiendo

Hacer de mi vida

La mía.

jueves, 4 de junio de 2020

Viendo las oportunidades pasar como trenes, como un vagabundo sentado en las vías. Y en cierto modo lo era, pues nunca sentí patria en ninguna tierra, y no hay valiente que ponga nombre al mar.

Desterrado por derecho propio, fui parido por un mundo que nunca me deseó. Mi rebeldía es amor por lo incierto, con la vista fija en las cumbres, aspirando a algo más. Nunca creí en un norte sin sentido, descabezado por sus propias ideas, y la malicia como veredicto. Me rindo al calor de los nombres que nacen en el sur, con la ese de silencio, de esclavo y solitud. Creo que con el sol nace en el este un nuevo horizonte hacia la vida, arrojados al peligro por los de arriba, siempre habrá luz entre las nubes.

Y miento si no asumo mi diaria derrota cuando rebota en mi cabeza el pensamiento de ingenuidad, cavilando como inútil el esfuerzo que hacen todos los que nacimos ya con la cruz. Pero veo sus puños y escucho sus voces, en ecos fugaces de los que ayer soñaron con un mundo mejor. Arranco los gritos, gañidos furiosos, que contra la cúpula del mundo hacen rebotar la luz.

Que nunca muera el saber del pueblo, de los que nunca supieron nada, aquellos que, ingenuos, sólo podían soñar. Que nunca mueran las personas cizallas, los que ven las cadenas y siegan mentiras con la hoz. Que nunca mueran los insomnes, que hacen de barreras faros en la madrugada, guiando sobre las olas a los sin voz.

Que viva el pueblo y la lucha armada. Larga vida a la rebelión.

viernes, 24 de abril de 2020

Mapas.


Entre estas cuatro paredes llevo toda la vida mirando mapas, recorriendo con los dedos todo lo que un día pisarán mis pies. Y a veces, cuando miro de reojo ese aplanado dibujo de nuestro planeta, me pregunto: ¿esto es todo lo que hay? ¿Ya está, no hay más? ¿Realmente sólo es esto?

Me hago las mismas preguntas cuando miro un poco de reojo la vida. Si ya está, si sólo es esto. Si no hay realmente nada que me vaya a hacer sentir diferente. Si realmente no hay nada que sea tan especial como en las películas. Si todos esos momentos bonitos y sentimientos increíbles sólo fuéramos capaz de imaginarlos, a modo de vía de escape, porque la realidad es demasiado aburrida como para prestarle atención. Tengo la duda terrible, que se mueve como una constante, de si la vida sólo es aquello que hacemos a diario. Lo que vemos a través de los demás. Los semáforos y los intermitentes. Los anuncios, y los cheques a final de mes. Las alarmas y las noches en vela dentro de un bar. Los papeles, de oficina y de teatro, de vagón o de hospital. Tener un mes de vacaciones y visitar sitios cercanos, para poder gastar más. Ser el que más puede, y no tener nunca horarios. Vivir deprisa, y morir despacio, invirtiendo cada centavo en tener un minuto más dentro de esta cabina. Remodelar la cabina, para que sea la más vistosa, y la más grande. Cuidar mal y poco a personas diminutas que reclamas como propiedad. Invertir lo que te sobra en lo que te apetece, para ver con qué te entretienes hoy. Evadirte cuando viene el servicio de limpieza mental, dejarlo todo en blanco, llenarte de blanco, y acelerar el motor. Siempre queriendo ir más deprisa, y tener más tiempo. Tener más, y hacer menos. Y agonizar por no cumplir lo que la escuela prometía. Rellenar de ceros las cuentas vacías. Vaciar de todo tu propio recipiente. Repetir como un loro, que has alcanzado el éxito.


Y como todos, no soy distinto, siempre busco un más que llene un poco este gran menos, pero a mí me dividen las grandes sumas, porque ya sé que esos números sólo se mueven entre primos. Yo busco la ecuación que multiplique la vida, descubrir la equis en medio de mi nombre, escuchar la voz de todas las haches mudas. Hinchar los pulmones de un aire nuevo, copar todas mis terminaciones nerviosas. Busco Algo Más. Corro hacia puentes a punto de derrumbarse sólo para sentir la adrenalina de caer al vacío. Persigo el sol por cuatro puntos cardinales porque cada día es distinto su brillo. Busco las luces que esclarezcan esta sombra de incertidumbres. Y corriendo entre tantas dudas, me di de bruces con una respuesta. Descubrí cómo se mezclan los colores, y la gracia de estar a oscuras. Me subió a las cumbres, y vi la inmensidad del mar dentro de este mundo diminuto. Me hizo grande cuando me enseñó a fijarme en lo pequeño. Y entendí por qué cada pieza que estaba en su lugar, dentro de este caos ordenado. Así que por fin le di un trago a la vida, y mi copa no volvió a estar vacía. He visto en los nombrados monstruos las esencias de todo lo que arde, y apagando las llamas ha creado una luz.

Aprendí a correr despacio y no dejar que me coman las ganas. Ahora salto sin temor a las causas, y grito al eco todo lo que retengo en las venas.

En mi pecho, han salido flores,

y menos mal

que me enseñaste a hacer zoom en los mapas.

sábado, 28 de marzo de 2020

Sala de espera


Nace en mí la sensación, la necesidad de vida. De revolver los cajones en busca de las cartas que nunca escribiste. De volver a ponerme la ropa de aquellos días. El fuego incontrolable en el centro de mí, reaviva las extremidades, entumecidas por el suelo de la celda. Hoy ha entrado luz entre las ventanas, y me he rendido al placer de imaginarme ahí fuera. En lugares donde hay algo más que una cama, con personas que me esperan.

Hoy la brisa ha entrado por la ventana, silbando melodías que por un día no recitan miedo. Y he recordado la voz inconmensurable del mundo. El ruido del gentío, el trotar de los apresurados; la corriente del río, y el cantar de los pájaros.

Hoy me he cansado de avanzar el calendario, y me he parado a ver poniente, rozando el pause con las manos. Alargando la llegada de lo inevitable, agarrando un par de horas para salir a bailar en silencio, dedicándote un tango.

Perdí el aliento entre las noches que vi dibujar tu estela por mi pequeña ventana, empapado de insomnio por seguir esperando tus palabras. Entregado al eterno movimiento en medio de este estatismo estival, que no me deja ver las flores nada más que en recuerdos.

Que no es primavera si no coges rosas, si no suena alegre los pasos de tus zapatos. Si no te clavas las espinas entre los dedos por querer besar sus colores. No hay razón ni credo que prohíba a un ingenuo soñar con desterrar lo inamovible, desplantar lo enraizado, hacer hueco en tierra firme.

Sólo puedo conservar la luz entre las paredes; yo, que siempre quise alcanzar la fuente, y me quemé en el recorrido. Un Ícaro con una Ítaca, y un caballo de Troya en el corazón. Conquistando el mar como un Magno, caí con la torre en la que encerré tu bruma.

Vaya broma de mal gusto pensar en lo eterno.

Pero mi mortalidad apresurada no quiere más que la pausa de tus días, cultivando con labranza un rosal sin espinas, naciendo de la tierra el fruto de mi constancia. Que el cuidado lleva siempre una rutina en el pecho. Yo sólo sé tocar crescendos con estas manos, que no conocen el descanso cuando se trata de acunar.

Acaricio la vida en mi regazo,

esperando

que vuelva a despertar.